martes, 28 de mayo de 2013
DESPINA. LAS CIUDADES Y EL DESEO. 3
De dos maneras se llega a Despina: en barco o en camello. La ciudad se
presenta diferente al que viene de tierra y al que viene del mar.
El camellero que ve despuntar en el horizonte del altiplano los pináculos de
los rascacielos, las antenas radar, agitarse las mangas de ventilación blancas y rojas,
echar humo las chimeneas, piensa en un barco, sabe que es una ciudad pero la piensa
como una nave que lo sacará del desierto, un velero a punto de partir, con el viento
que ya hincha las velas todavía sin desatar, o un vapor con su caldera vibrando en la
carena de hierro, y piensa en todos los puertos, en las mercancías de ultramar que las
grúas descargan en los muelles, en las hosterías donde tripulaciones de distinta
bandera se rompen la cabeza a botellazos, en las ventanas iluminadas de la planta
baja, cada una con una mujer que se peina.
En la neblina de la costa el marinero distingue la forma de una giba de
camello, de una silla de montar bordada de flecos brillantes entre dos gibas
manchadas que avanzan contoneándose, sabe que es una ciudad pero la piensa como
un camello de cuyas albardas cuelgan odres y alforjas de frutas confitadas, vino de
dátiles, hojas de tabaco, y ya se ve a la cabeza de una larga caravana que lo lleva del
desierto del mar hacia el oasis de agua dulce a la sombra dentada de las palmeras,
hacia palacios de espesos muros encalados, de patios embaldosados sobre los cuales
bailan descalzas las danzarinas, y mueven los brazos un poco dentro del velo, un
poco fuera.
Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone; y así ven el
camellero y el marinero a Despina, ciudad de confín entre dos desiertos.
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