martes, 28 de mayo de 2013

DOROTEA. LAS CIUDADES Y EL DESEO. 1


De la ciudad de Dorotea se puede hablar de dos maneras: decir que cuatro
torres de aluminio se elevan desde sus murallas flanqueando siete puertas del puente
levadizo de resorte que franquea el foso cuya agua alimenta cuatro verdes canales
que atraviesan la ciudad y la dividen en nueve barrios, cada uno de trescientas casas
y setecientas chimeneas; y teniendo en cuenta que las muchachas casaderas de cada
barrio se enmaridan con jóvenes de otros barrios y sus familias se intercambian las
mercancías de las que cada una tiene la exclusividad: bergamotas, huevas de
esturión, astrolabios, amatistas, hacer círculos a base de estos datos hasta saber todo
lo que se quiera de la ciudad en el pasado el presente el futuro; o bien decir como el
camellero que me condujo allí: “Llegué en la primera juventud, una mañana, mucha
gente caminaba rápida por las calles hacia el mercado, las mujeres tenían hermosos
dientes y miraban derecho a los ojos, tres soldados sobre una tarima tocaban el clarín,
todo alrededor giraban ruedas y ondulaban papeles coloreados. Hasta entonces yo
sólo había conocido el desierto y las rutas de las caravanas. Aquella mañana en
Dorotea sentí que no había bien que no pudiera esperar de la vida. En los años
siguientes mis ojos volvieron a contemplar las extensiones del desierto y las rutas de
las caravanas, pero ahora sé que este es solo uno de los tantos caminos que se me
abrían aquella mañana en Dorotea”.

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