martes, 28 de mayo de 2013

ZAIRA. LAS CIUDADES Y LA MEMORIA. 3


Inútilmente, magnánimo Kublai, intentaré describirte la Ciudad de Zaira de
los altos bastiones. Podría decirte de cuantos peldaños son sus calles en escalera, de
qué tipo los arcos de sus soportales, qué chapas de Zinc cubren los techos; pero sé ya
que sería como no decirte nada. No está hecha de esto la ciudad, sino de relaciones
entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado: la distancia al
suelo de un farol y los pies colgantes de un usurpador ahorcado; el hilo tendido
desde el farol hasta la barandilla de enfrente y las guirnaldas que empavesan el
recorrido del cortejo nupcial de la reina; la altura de aquella barandilla y el salto del
adúltero que se descuelga de ella al alba; la inclinación de una canaleta y el gato que
la recorre majestuosamente para colarse por la misma ventana; la línea de tiro de la
cañonera que aparece de improviso desde detrás del cabo y la bomba que destruye la
canaleta; los rasgones de las redes de pescar y los tres viejos que sentados en el
muelle para remendar las redes se cuentan por centésima vez la historia de la
cañonera del usurpador, de quien se dice que era un hijo adulterino de la reina,
abandonado en pañales allí en el muelle.
En esta ola de recuerdos que refluye la ciudad se embebe como una esponja y
se dilata. Una descripción de Zaira como es hoy debería contener todo el pasado de
Zaira. Pero la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano,
escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de
las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, surcado a
su vez cada segmento por raspaduras, muescas, incisiones, cañonazos.

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