domingo, 26 de mayo de 2013

ZIRMA. LAS CIUDADES Y LOS SIGNOS. 2


De la ciudad de Zirma los viajeros vuelven con recuerdos bien claros: un
negro ciego que grita en la multitud, un loco que se asoma por la cornisa de un
rascacielos, una muchacha que pasea con un puma sujeto con una traílla. En realidad
muchos de los ciegos que golpean con el bastón el empedrado de Zirma son negros,
en todos los rascacielos hay alguien que se vuelve loco, todos los locos se pasan horas
en las cornisas, no hay puma que no sea criado por un capricho de muchacha. La
ciudad es redundante: se repite para que algo llegue a fijarse en la mente.
Vuelvo también yo de Zirma: mi recuerdo comprende dirigibles que vuelan en
todos los sentidos a la altura de las ventanas, calles de tiendas donde se dibujan
tatuajes en la piel de los marineros, trenes subterráneos atestados de mujeres obesas
que se sofocan. Los compañeros que estaban conmigo en el viaje, en cambio, juran
que vieron un solo dirigible suspendido entre las agujas de la ciudad, un solo
tatuador que disponía sobre su mesa agujas y tintas y dibujos perforados, una sola
mujer gorda apantallándose en la plataforma de un vagón. La memoria es
redundante: repite los signos para que la ciudad empiece a existir.

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